En tiempos de guerra fría, Juan Pablo II, apoyó las dictaduras en Chile, Argentina, Paraguay, Bolivia y Centroamérica. En El Salvador, tras el asesinato de monseñor Romero y la muerte de Montes, Barho, y Ellacuría a manos del ejército, guardó un silencio cómplice, y en Nicaragua solicitó al sacerdote Ernesto Cardenal su retirada del gobierno sandinista, apoyando, en contraposición, al cardenal Ovando y Bravo en su campaña desestabilizadora desarrollada desde Estados Unidos por el entonces presidente Ronald Reagan. Mientras tanto Ratzinger mandaba callar a los teólogos, condenándolos a un silencio absoluto so pena de excomulgarlos. Un dupla perfecta. Ambos ampararon a pedófilos y pederastas en sus filas y callaron las demandas de justicia de las víctimas. Marcial Maciel, fundador de Legionarios de Cristo, es el paradigma, por antonomasia, de esta infamia. Tras la muerte de Juan Pablo II, el sucesor al trono de Pedro fue el propio Ratzinger. Así los cardenales premiaban la fidelidad y garantizaban la continuidad de un apostolado reaccionario. Con el nombre de Benedicto XVI, Joseph, inició su andadura. Muy pronto nos percatamos de sus intenciones. En sus homilías condenó el derecho a la eutanasia, la muerte digna, el aborto, la sexualidad libre, el matrimonio homosexual y el laicismo. Martillo de herejes, fue miembro de las juventudes nazis. Tal vez por ello, la juventud católica recrea en la actualidad los mismos comportamientos autoritarios y violentos propios del nazismo acuñados por su líder espiritual. La cruz y la esvástica se entienden a la perfección, ambas están manchadas de sangre y no por la crucifixión de Cristo. En su nombre se han cometido crímenes de lesa humanidad que no dicen mucho en favor de sus acólitos defensores.
En Madrid, mientras se celebra la reunión mundial de la juventud católica, quienes hemos protestado por el uso de los impuestos para financiar la prédica papal nos hemos visto sometidos a un alud, primero de insultos y a continuación golpes y la represión policial. Se han creído los dueños de la ciudad. Campan a sus anchas, sin respeto alguno pretenden la conversión del
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/08/20/opinion/022a1mun
infiel. Y cuando se les hace saber que no participas de su credo, los católicos practicantes se transforman en violentos inquisidores, siguiendo a Torquemada. Hoy no pueden quemarnos vivos, pero sí utilizar a la policía para castigar al hereje. En medio de una manifestación legal, los católicos practicantes, con la complacencia de las autoridades locales y la delegada del gobierno, no han sabido compartir ni el espacio público ni las buenas maneras de quienes, desde el laicismo, han querido mostrar el rechazo, no a su presencia, sino a la forma en la cual el Estado aconfesional patrocina un evento privado con fondos del erario público. Molestos por la crítica, los católicos practicantes quisieron romper la manifestación, provocando y lanzando improperios. Incapaces de comprender el significado de la palabra tolerancia, se pusieron a rezar el rosario, cantar misa, tirar estampitas en medio de los manifestantes laicos, quienes ante el asombro, sólo les quedó apartarse. Los organizadores del evento católico eran conscientes de la manifestación laica y debieron haber informado a sus partícipes de no transitar por los sitios por los cuales transcurriría la protesta. Pero su decisión fue incomprensible, alentaron a sus militantes a hacer acto de presencia, romperla y luego pasar por víctimas. Hoy el Papa se queja del maltrato sufrido por sus jóvenes en la Puerta del Sol. En mi ingenuidad, creía que los católicos y su juventud, salvo excepciones, eran gentes educadas en la paz y el amor cristiano. Tolerantes. Pero su comportamiento dice lo contrario. Militan en la excrecencia de la pasiones más abyectas, les pueden la ira, el odio y la violencia. La inquisición pervive en sus almas.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/08/20/opinion/022a1mun
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